lunes, 31 de diciembre de 2007

Argos



“Así estos conversaban. Y un perro que estaba echado alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Odiseo, a quien éste había criado, aunque luego no se aprovechó del mismo porque tuvo que partir a la sagrada Ilión. Anteriormente llevábanlo los jóvenes a correr cabras monteses, ciervos y liebres; mas entonces, en la ausencia de su dueño, yacía abandonado sobre mucho fimo de mulos y de bueyes, que vertían junto a la puerta a fin de que los siervos de Odiseo lo tomasen para estercolar los dilatados campos: allí estaba tendido Argos, todo lleno de garrapatas. Al advertir que Odiseo se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas ya no pudo salir al encuentro de su amo, y éste, cuando lo vio, enjugóse una lágrima que con facilidad logró ocultar a Eumeo, a quien hizo después esta pregunta:

-¡Eumeo! Es de admirar que este can yazga en el fimo, pues su cuerpo es hermoso, aunque ignoro si, con tal belleza, fue ligero para correr, o como los que algunos tienen en su mesa y sólo por lujo los crían sus señores.

Y le respondió así el porquerizo Eumeo:

-Ese can perteneció a un hombre que ha muerto lejos de nosotros. Si fuese tal como era en el cuerpo y en la actividad, cuando Odiseo lo dejó al irse a Troya, pronto admirarías su ligereza y su valor: no se le escapaba ninguna fiera que levantase, ni aun en lo más hondo de intrincada selva, porque era sumamente hábil en seguir un rastro. Mas ahora abrúmanle los males a causa de que su amo murió fuera de la patria, y las negligentes mozas no lo cuidan, porque los siervos, así que el amo deja de mandarlos, no quieren trabajar como es razón; que el largovidente Zeus le quita al hombre la mitad de la virtud el mismo día en que cae esclavo.

Diciendo así, entróse por el cómodo palacio y se fue derecho a la sala, hacia los ilustres pretendientes. Entonces la Parca de la negra muerte se apoderó de Argos, después que tornara a ver a Odiseo al vigésimo año.”
(Odisea, Canto XVII).