martes, 22 de enero de 2008

La Dignidad del Hombre

He leído reverendos padres, en las obras de los árabes, que cuando se le preguntó a Abdala el Sarraceno, por cuál era el objeto que despertaba su mayor admiración en el mundo, éste respondió que no había nada más maravilloso que el hombre.

A esto podría agregarse la opinión de Hermes “el hombre es un milagro”. Pero cuando yo pensaba en la razón de estas afirmaciones no me dejaban satisfecho las notables cualidades del hombre que se daban como argumento, por ejemplo: Que el hombre era intermediario entre los seres creados, que era el confidente entre los seres superiores y al mismo tiempo el rey de los inferiores, que era capaz de interpretar la naturaleza a causa de sus sentidos, debido también a la curiosidad de su razón que trata de investigarlo todo y a la luz de su inteligencia; que era el intervalo entre la eternidad constante y el fluir del tiempo... Grandes son, en verdad, todos estos atributos; pero a mi juicio no son los más importantes... Me parece haber comprendido el por qué el hombre es el ser más afortunado y digno de admiración, y creo también haber comprendido el lugar preciso que se le ha asignado en el orden universal y que es digno de ser envidiado, tanto por los animales salvajes como por las estrellas y las Inteligencias Superiores que viven más allá de este mundo. Escuchadme padres y permitid que os cuente cuál es este lugar.
Cuando Dios, el Arquitecto, de acuerdo con las leyes de su secreta sabiduría, creó el mundo que ahora vemos; pobló los cielos con almas eternas y los lugares inferiores de la tierra con animales de diferentes tipos. Pero cuando hubo terminado su labor, el Artesano deseó ardientemente que existiera alguien capaz de amar la belleza y la magnitud de las cosas creadas. Es así como empezó a pensar en la creación del hombre. Pero todo estaba ahora completo, todo lo había distribuido entre los seres superiores, medios e inferiores, no podía dar nada que perteneciese al hombre en forma exclusiva. Así el Gran Artesano decidió crear un ser que tuviera todas las cualidades y características de las otras criaturas y creó al hombre y colocándolo en el medio del universo le dijo: Oh, Adán, no te he dado ningún lugar ni forma exclusiva para ti solo, ni tampoco una función en especial. Por esta razón, según tus deseos y tu juicio, podrás ocupar un lugar y tener la forma y función que desees. A la naturaleza de las otras criaturas que he creado, le he fijado límites precisos. Tú, en cambio, no estás relegado entre fronteras, por ello determinarás por ti mismo tu propia naturaleza, de acuerdo con tu propio libre albedrío. Te he puesto al centro del universo, de manera que desde allí puedas observar más fácilmente lo que te rodea. No te he hecho celestial ni terrenal, mortal ni inmortal, de modo que puedes moldearte y hacerte a ti mismo con mayor libertad y dignidad.
Si tú lo deseas, podrás descender hasta colocarte entre las bestias salvajes, o bien remontarte hacia los seres superiores que son divinos.
-Giovanni Pico della Mirandola, humanista italiano, en la introducción a las Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae (o las "900 tesis"): Oración sobre la dignidad del hombre.

2 comentarios:

Andrés Fabián Peñaloza Muñoz dijo...

Curiosa oración.

Aunque, humanista y no teológicamente, podemos encontrar -a juicio propio- elementos que nos permiten deducir el valor del hombre, o lo que solemos llamar dignidad.

No he recurrido al relato de génesis, que dista mucho de la oración presente, para hablar de la semejanza de Dios con los hombres, de las almas (dudoso concepto), o la capacidad de estos de apreciar el bien; pero sí, siendo algo que salta a la vista, hay consideraciones sobre los fines de nuestra naturaleza que son de interesante especulación.

Si entendemos la felicidad como la conciencia del permanente agrado de la vida, o lo que es igual, la satisfacción de todas nuestras inclinaciones, entonces podemos concordar en que el hombre puede ser feliz sin atender a la razón de mayor manera. Algo así como el buen salvaje de Rousseau. Por ello, la razón no ha sido hecha para hacernos felices, lo que deja pendiente qué función entonces cumple ella. Si la razón no es instrumento de felicidad, pero ha de tener un fin, ése no será otro que la moralidad (el uso de la libertad que corresponde todo ser racional).

Según mi parecer, eso da valor al hombre, y lo hace digno. Según el mismo parecer, no todos los hombres son dignos, y sólo les reconocemos una dignidad ficticia porque al tratarlos intentamos –quienes lo hacemos- actuar moralmente, y eso no ocurre sino proyectándonos en otros, aunque no lo merezcan.

Anónimo dijo...

Buen texto y buen blog. Creo sin embargo que debes publicar más cosas aún cuando te leas a ti mismo.

Saludos muy cordiales,

Fabián Mella
UDP